Hubo un héroe que nació por capricho de un dios. Este héroe se llamó Hereclés.
Anfitrion y Alcmena parecían ser un matrimonio bien avenido. Digo parecía porque la bellísima Alcmena no consentía yacer con su marido, ya que andaba muy dolida por la muerte de la mayoría de su familia. Ella y Anfitrión habían huído a Tebas, y gozaban de la bendición del rey Creonte. Alcmena estaba sumida en una gran melancolía. Carcomía su corazón con toda suerte de venganzas e insistía a su marido, una y otra vez que jamás se acostaría con él hasta que éste le trajese la sangre de todos los asesinos de sus hermanos . Tanto porfió la dama que Anfitrion formó un ejército y juró a su mujer que volvería con las cabezas de los responsables.
Mientras tanto, allá en las alturas del Olimpo, Zeus, que siempre estaba pronto a violar a toda ninfa y doncella que se le cruzara, posó su mirada lasciva en Alcmena. Este padre de los dioses era muy diestro en los engaños, tal vez porque temía las iras de su celosa esposa Hera. Ni corto ni perezoso se valió de la imagen de Anfitrión y se la enfundó. Pero dada la belleza de Alcmena deseó algo muy especial para ella. Llamó a Hermes a su presencia. Le dió órdenes tajantes al dios sirvientes para que se encargara de detener el carro de Helios durante tres días y que entretuviera a las Horas de su natural apresuramiento, Le advirtió igualmente que si era necesario las encadenara sobre la marcha.
¡El pícaro diosecillo quería una noche que durara tres!....Naturalmente querer es poder y más siendo el amo del Olimpo. El buen dios quería procrear algo grande y para eso era necesario una “gran noche”.
Hermes fue diligente hasta en el más mínimo detalle. Toda la humanidad quedó tan amodorrada que nadie pareció darse cuenta del enorme tiempo que había estado durmiendo. Helios estaba desesperado, pero se las apañó con los encabritados caballos. Las horas tuvieron que ser encadenadas.....todos se plegaron a la gran voluntad y al capricho divinos.
Alcmena se tragó los cuentos que Zeus le contó sobre la derrota de los enemigos de su familia y como amaba fervientemente a Anfitrión aceptó ofrecerle sin tapujo alguno su deseado cuerpo. Naturalmente la potencia de un dios no puede compararse con la de hombre alguno y Alcmena quedó tan sumamente complacida con aquellas increíbles treinta horas de amor y sexo que cuando volvió su verdadero marido al día siguiente y él reclamó sus derechos matrimoniales ella quedó pelín decepcionada.
Anfitrión, que no se consideraba un mal amante, se quedó descolocado cuando Alcmena apenas mostraba excitación. De hecho su frialdad era manifiesta.
- ¿No crees Anfitrion que estás siendo reiterativo contándome nuevamente la batallita? - le dijo su amada esposa cuando más afanado se encontraba.
Aquello era muy extraño. Como puede comprenderse, Anfitrión quedó absolutamente confundido. ¿Cuál era la razón por la cuál su virtuosa esposa se mostraba tan indiferente y le achacaba cierta debilidad viril en comparación con la noche anterior? El desconfiado marido decidió consultar al adivino Tiresias, que gozaba de gran fama en consultas de todo tipo.
- Tiresias - le dijo- mi mujer está empeñada en que yo, yo y no otro, he yacido con ella dos veces consecutivas. Eso es del todo imposible, porque regresé anoche. Pero lo más grave es, que según ella, la primera vez que visité su cama fuí una verdadera fiera y que lo de anoche fueron leves caricias. Me repite, igualmente, que la primera vez su placer fue tan intenso que el tiempo que estuve con ella voló, sin embargo anoche se le hizo tan larga que incluso llegó a aburrirse.
- La respuesta es muy simple, Anfitrió-dijo Tiresias con grave acento- Alcmena, tu mujer hizo el amor con alguien que no eras tú.
- ¡Maldita, mentirosa!¡Dime quién ha sido, Tiresias, que lo rajaré en dos mitades!
Mientras tanto Zeus se pavoneaba en el Olimpo de su hazaña y que el niño, ya a punto de nacer, se llamaría Heraclés. El divino lo bendeciría y aquel niño gobernaría la casa de Perseo. Hera, que aparte de celosa era muy astuta se postró a los pies de su dios-marido y le dijo.
- Señor y esposo mío, ¿me jurais de forma inviolable que si un príncipe naciera antes de medianoche sería el Rey supremo de la casa de Perseo?-
- Teneis mi juramente, esposa amantísima-dijo el poderoso con ingenuidad, teniendo la firma convicción de que el nacido sería Heraclés.
Pero la condición femenina, y más si se da en la divinidad, es mucho más sutil y astuta. Supera a la fuerza del hombre y a la inteligencia de cualquier dios.
Hera bajó inmediatamente a Micenas , donde Nícipe, esposa del rey Esténelo esperaba el nacimiento de un niño. La diosa se dirigió hasta la puerta del palacio de Alcmena, donde ésta comenzaba a sentir los primeros dolores. Hera, valiéndose de sus poderes retrasó el parto de Heraclés y de ésta forma Nícipe se anticipó dando a luz con solo siete meses a Euristeo.
Cuando Zeus se enteró del engaño de su esposa montó en cólera divina y al no poder descargar toda aquella ira y desilusión con Hera se vengó en Ate, su hija mayor, a la que arrojó del Olimpo. Naturalmente un dios no puede romper su juramento así que se mordió todo el orgullo y se dirigió a Hera. Le rogó que estaba entusiasmado y orgulloso de Heraclés. No podía hacerle rey supremo de la casa de Perseo, pero le pidió que si pasaba con éxito los doce trabajos que le marcase Euristeo, ella accediese a que el chico fuese nombrado dios.
Hera no le dió mayor importancia a la petición de su marido. Le dijo que sí, porque al igual que había conseguido vengarse de la aventura extramatrimonial de su marido bien podría ponerle dificultad a los trabajos que emprendiese el muchacho bastardo en su escalada hacia la divinidad.
Heracles y sus trabajos serán ya motivo de próximas historias. La de hoy pone punto final aquí.