lunes, 27 de diciembre de 2010

¡FIRMES, MUCHACHOS, AQUI UN HEROE!

Leyendo el último post de David http://safarinocturno.blogspot.com/ acerca de los héroes voy a dedicar mi entrada a uno de los mitos más próximos a esta definición.

Según Hesíodo, mucho le debemos los humanos a Prometeo, que en su trasposición al mito cristiano sería Jesucristo. El hombre-héroe que sacrifica su vida y su privilegiada posición para favorecer a todo el género humano.
En el caso de Prometeo, que es el personaje que nos ocupa, hay en su heroicidad un mucho de inconsciencia según me propongo relatar.

Hay dudas con respecto al progenitor de este desgraciado personaje, creador de la humanidad. Unos dicen que era hijo del titán Eurimedonte y otros de Jápeto y la ninfa Clímene. Sea como fuere el muchacho tuvo una juventud privilegiada en la que aprendió de los dioses toda una serie de conocimientos que generosamente transmitió al ignorante gremio de los humanos.

En el Olimpo se trababan batallas mayormente provocadas por el padre Zeus que deseaba imponer su autoridad por encima de todo y pesara a quien pesara. Menecio y Atlante, hermanos de Prometeo, ya habían sufrido las iras del dios supremo. El primero fue enviado al Tártaro por un rayo violento y el segundo fue condenado a soportar la Esfera Celeste sobre sus espaldas durante toda la eternidad.

Prometeo que era mucho más inteligente que sus hermanos decidió seguir en el bando de Zeus. Pero se las vió y deseó suplicando al airado y caprichoso dios de que no destruyera a la raza humana.
Zeus se quedó con la mosca detrás de la oreja. No soportaba que los humanos se estuvieran haciendo cada vez más ilustrados gracias a las enseñanzas del gentil Prometeo.

Cierto día se produjo en el Olimpo una curiosa discusión. Como aquellos dioses no tenían mayores preocupaciones disputaban sobre qué partes del toro sacrificado se les debía ofrecer a ellos y cuáles otras deberían quedarse los humanos.
- Prometeo -dijo la gentil Atenea- ¿Por qué tu probada sabiduría no nos saca de dudas? Te nombro árbitro de esta discusión.
- Bien dicho esposa mía- terció Zeus.

Prometeo se puso en la tarea y eligió un toro bien cebado. Lo desolló y lo descuartizó a conciencia. Al tiempo, volvió a coser la piel y dividió el interior en dos cavidades . En una colocó los huesos y las vísceras del animal y en el otro toda la carne limpia. Esta cavidad la ocultó en el bajo vientre, que se supone es la parte menos apetecible y la otra, envuelta en grasa estaba en la parte más vistosa.
Una vez realizada esta operación se dirigió al padre de los dioses y le dijo que escogiera la parte que él considerara más digna para la divinidad. Zeus, que se dejó engañar por la vista escogió la cavidad donde se ocultaban las vísceras y los huesos.
Prometeo, que era un bromista incorregible y tal vez con cierta vena atea, se reía a mandíbula batiente.
Pero Zeus no se andaba con chiquitas y sabiendo que los humanos eran la debilidad del joven Prometeo dijo con voz tonante.
- Esa gentuza quiere la carne, pues bien, que se la queden!....Pero se la van a comer cruda- y dicho ésto les arrebató el fuego.

Pero Prometeo era un rebelde impenitente y consiguió convencer a Atenea para que le dejara entrar a hurtadillas en el recinto sagrado del Olimpo. Una vez dentro consiguió encender una antorcha en el carro de el Sol y entregó aquel fuego a la Humanidad.

Esta burla era más de lo que Zeus podía soportar. Ordenó encadenar desnudo a Prometeo en una columna de las montañas del Cáucaso donde un buitre le desgarraba las entrañas durante todo el día. Ese terrible tormento no tenía fin porque durante la noche, y debido al frío el hígado se renovaba. A la mañana el maldito buitre volvía a rebañar en la víctima.

El muy miserable Zeus, para justificar aquel castigo injustificable alegó que el muchacho había engañado a Atenea para tener un romance con ella. ¡Todos los dioses quieren justificar sus actos de alguna forma, obviamente sin lograrlo, porque al final se nota el engaño!

Esquilo supo captar la naturaleza de este heroe y pone estas palabras en su boca

" En vano me importunas, cual si dieras
consejos a las olas. No, que nunca
se te ocurra pensar que yo, por miedo
al decreto de Zeus, pueda portarme
como si de hembra corazón tuviera,
y a suplicar a un ser tan odiado
que me libere de estos grillos, con
mis palmas levantadas como haría
una mujer.¡Estoy muy lejos de ellos!"