lunes, 14 de febrero de 2011

LA MUJER DEL MARTILLO

Creo no estar equivocado si señalo que la redacción de la Biblia y las Antiguedades Judaicas del historiador Flavio Josefo tuvieron como modelo la literatura griega, así que me voy a permitir dar un salto en los mitos y relataré la historia o la leyenda, no importa para el caso, de una mujer a la que podríamos calificar, sin ánimo de ofender, como de "pelo en pecho", llamada Jale

El problema que hoy sacude el Oriente Medio, o sea los desencuentros entre judíos y palestinos viene de largo. Tan largo que se remonta a 3.200 años. Esto no lo digo yo, lo dicen los historiadores. Los israelistas habían venido de Egipto dispuestos a ocupar la tierra de Canaan. A pesar de la promesa que Yavhé les había hecho la cosa no se presentaba tan fácil para los judíos y durante muchísimos años no solo estuvieron rogando sino dando con el mazo.

Uno de estos episodios ocurrió cuando la guerra con los cananeos. Jabín, que era el rey de este pueblo consiguió formar un ejército integrado por trescientos mil solddos de infantería, diez mil jinetes y tres mil carros de guerra. Al frente de esta fuerza descomunal cabalgaba en calidad de primer teniente del rey el general llamado Sísares.
Naturalmente el pequeño ejército judío fue derrotado y obligado a pagar tributo. Durante varios años Sísares, con el auspicio de su rey, aprentó las tuercas a los rebeldes, tanto fue así que el pueblo judío clamó a su dios, como siempre hacía en momentos desesperados.
Sorpresivamente, y digo ésto por el consabido machismo que se extiende por toda la Biblia, el pueblo acudió a una mujer que tenía fama de profesisa, llamada Débora (que en hebreo antiguo significa abeja). Ella señaló a un hombre llamado Barac para que se pusiera al frente de un posible ejército judío.

Debora marcó un número exacto de soldados: diez mil (¿no es sospechoso el número al compararlo con la Anábasis de Jenofonte?) y aseguró que con aquel número la victoria sería segura. Barac, cuando se puso al frente de sus hombres se dirigió a Débora y le dijo.
- No partiré yo, ni ninguno de mis hombres si tú, Débora, no te pones junto a mí para comandar el ejército.
- Tú cedes, digno Barac, a una mujer una parte de la dignidad que Dios te ha concedido. Yo no declino ese honor y compartiré esta victoria contigo.- contestó Débora.

Las tropas judías acamparon al pie del monte Tabor y muy cerca de allí lo hicieron tambien las tropas enemigas al mando de Sisares. Cuando los israelitas vieron aquel inmenso ejército frente a ellos cayeron en el temor. Incluso Barac se extremeció. La única que mantuvo el ánimo sereno fue Débora. Erguida sobre el lomo de su caballo alzó su espada y mirando con decisión a los hombres que la seguían dijo con rabia.
- Maldito aquel que no confíe en Yaveh y el que se comporte como una delicada doncella. Seguidme todos, que la victoria es nuestra!

Cuando se produjo el cuerpo a cuerpo hubo una gran confusión y se habla que súbitamente se desató una tromba de agua impresionante. Comenzó a caer agua y granizo y el viento huracanado soplaba de cara a los cananeos de suerte que los disparos de sus flechas y sus hondas erraban. Toda esa confusión trajo consigo la victoria al ejército judío.
Sísares fue derribado de su carro y el único camino que le quedó fue una desesperada huida. En su fuga, completamente exhausto vino a dar en la casa de una mujer cenita llamada Jale. El derrotado general le pidió refugio y algo de alimento a lo que la mujer accedió. Le dió al hombre una jarra de leche, parece ser que no en muy buen estado o tal vez le mezcló un somnífero, lo cierto fue que Sísares cayó en un profundo sueño.
Una vez que Jale vió indefenso al hombre agarró un enorme clavo de hierro y con ayuda de un martillo atravesó desde la boca la cabeza del infeliz general, clavándolo en el suelo.
Cuando poco despues llegaron al lugar Débora y Barac quedaron asombrados de aquel cuadro. Parece ser que Débora no pudo contenerse y entonó un largo cántico de alabanza a Yahve.
"Bendita entre las mujeres Jael (o Yael)
la mujer de Jéber el quenita.
Entre las mujeres que habitan en tiendas
bendita seas!
Pedía agua, le diste leche,
en la copa de honor le sirvió nata.
Tendió su mano a la clavija,
la diestra al martillo de los carpinteros.
Hirió a Sisares, le partió la cabeza
le golpeó y le partió la sien,
a sus pies se desplomó, cayó;
donde se desplomó, allí cayó,
quedó tendido.
¡Bendito sea Yahve!

Barac y Debora comandaron el ejército judío durante cuarenta años.

Para terminar esta fascinante historia me remito a la monumental "Historia de los judíos" de Paul Johnson quien dice: "El Libro de los Jueces, aunque sin duda es un documento histórico y un material colmado de fascinante información acerca de Canaán en la Edad del Bronce Tardío, está adornado por material y fantasías míticas y expuesto de un modo confuso, de manera que es difícil establecer una historia consecutiva del periodo".

Historia o mito, poco importa, digo yo, porque todas estas violencias, saqueos, extremismos, odios y enfrentamientos se ha repetido con distintos personajes, como he dicho al principio, a lo largo de 3.200 años, espacio de tiempo suficiente para que hechos parecidos a éstos se hayan producido.





viernes, 4 de febrero de 2011

EL INFIERNO DE ORFEO

Orfeo era un chico muy aplicado con la lira, al fin y al cabo su madre era nada menos que la musa Calíope (en griego significa hermosa voz) . De tal palo tal astilla, y aunque su padre era un tanto brutito, el hijo se convirtió en uno de los poetas y músicos más famosos de Tracia.
Todas las compañeras de Calíope, es decir las musas, mimaron al niño y el propio Apolo le regaló una maravillosa lira.
Pero Orfeo no solo era un diletante del arte, también era un pelín aventurero y se embarcó con los argonautas rumbo a la Cólquide en pos del Vellocino de Oro. Parece ser que nuestro hombre, ayudó con su música a muchos de los esfuerzos del resto de la tripulación.

El matrimonio con la bella Eurídice no fue una aventura tan romántica como Gluck nos ha descrito en su maravillosa ópera "Orfeo y Eurídice". La ninfa, hija de Apolo, era un tanto casquivana y andaba sorbiendo los vientos por el pastor Aristeo.
El compositor francés Offenbach fue más cínico con esta leyenda.

"La mujer cuyo corazón sueña
no puede disfrutar del sueño;
cada día se levanta con el sol.
Al alba, las flores más bellas son bordadas.
Pero esas flores ¿para quien son?
¿A mí me lo preguntais?¿A mí, de verdad?
¿Para quién? Ah, ah, ah
No digais nada a mi marido,
pues son para el pastor más hermoso
que vive aquí"

Pero el tal Aristeo lo único que quería de Eurídice era llevársela al huerto sin más y cuando la bella ninfa trató de huir de su sátiro admirador pisó una serpiente y murió de la mordedura.

Según Offenbach Aristeo es el disfraz que Plutón, príncipe del Tártaro, ha adoptado para seducir a Eurídice y como tal se lleva a la ninfa a sus dominios del Infierno. Este hecho da lugar a un conflicto en el Olimpo donde los dioses viven en un limbo despreocupado. Todos duermen aburridos hasta que irrumpe en la divina morada Mercurio, el mensajero.
Este anuncia al cónclave divino que Plutón ha vuelto al Tártaro acompañado de una joven y linda muchachita que le fue arrebatada a su legítimo marido
Júpiter manda inmediatamente que Plutón se persone ante él.
- ¡Has abusado de tu poder, enviando a la muerte a una mujer, para raptarla!- le grita Júpiter
- ¡Eso no es verdad!- se defiende Plutón.
El resto de los dioses comienzan a murmurar entre ellos.
- ¡Silencio!, ¡cuando yo hablo todos se callan!- ordena Júpiter enfurecido y dirigiéndose a Plutón- Y tú no te justifiques con una mentira, lo sé todo, como dios supremo que soy.

He aquí la suntuosa e inolvidable escena del famosísimo Can Can.

Orfeo era un hombre de recursos y dando pruebas de bravura y con el beneplácito de Júpiter descendió al Tártaro con el arma de su lira. Con ella encantó al barquero Caronte, un viejo mal encarado y siniestro. Al joven no se le erizó el cabello cuando oyó los ladridos de Cerbero, que con solo una caricita comenzó a lamerle la mano a Orfeo y le hizo mil carantoñas.
Se cuenta que las torturas de los condenados se suspendieron mientras el lirista atacaba un minuetto.
El mismo Hades se conmovió y como gran escepción, permitió que Eurídice abandonara aquel siniestro lugar, con la condición de que no volvieran la vista atrás. Pero los humanos somos un juguete para los dioses y Orfeo inquieto por ver si Eurídice le seguía dobló su cabeza y....Eurídice se perdió para siempre.

Esta es el maravilloso pasaje musical de Gluck para la ópera "Orfeo y Euridice", es la Danza de los Espíritus. Una música para soñar.

Tras la definitiva pérdida de Eurídice el músico y poeta tuvo un destino trágico. Orfeo no dió los honores debidos a Dionisio, cuando éste invadió la Tracia. Ofendido por tal ultraje, el invasor hizo que le ataqcasen las Ménades de Deyo, quienes le desmembraron y arrojaron su cabeza al río Hebro. Sin embargo aquella cabeza siguió cantando hasta que llegó al mar. Desde allí su espíritu siguió libre hasta la isla de Lesbos.